Dónde nací no tendría que ser relevante, y, dicho de paso, mi edad tampoco.
Cómo ha sido mi vida no le debe importar a nadie.
Desde la pronta infancia adquirí el gusto por la lectura. Aún recuerdo que lo primero que tuve entre manos fue un libro que hoy se me antoja banal e innecesario, a la par que impreciso con la que podría ser su audiencia: El Caballero de la Armadura Oxidada, de Robert Fisher. Pronto se unirían a mi albor de la lectura ciertas obras que sin duda hoy me parecerán tan innecesarias como desechables, pero que fueron obligatorias en mi paso por la rectitud académica, lecturas que, como digo, se me apetecen tan innecesarias que no guardo buen recuerdo de ellas, pero sí el tedio y el tiempo perdidos y algunos títulos que no pienso nombrar.
No fue hasta que entré en seria materia lectiva con la asignatura Lengua y Literatura Española dos cursos antes de finalizar la secundario, que comencé a ver de verdad figuras de la literatura internacional y nacional que merecieron la pena la búsqueda y el tiempo invertidos en sus obras. La curiosidad, dicho con la más sinceras de las sinceridades, por esos autores no me vino por la competencia lectiva de mis profesores, sino que vino sola. Cuando aparecieron nombres y obras de la talla de Miguel de Cervantes o Francisco de Quevedo, finalizando por Calderón de la Barca, entonces comprendí o intuí el verdadero significado de la palabra «literatura». De la literatura propiamente de España sólo pude conservar la grandeza que atesoraban las grandes mentes del denominado Siglo de Oro español. No tardaría en alcanzarme la curiosidad por las lenguas extranjeras, entre las que William Shakespeare va a la cabeza, seguido por entonces sólo por algunos de los autores británicos de la época victoriana.
Con mi paso por bachillerato, y los comienzos de la asignatura de Filosofía, el profundo pensamiento de esos antiguos griegos de la Edad Antigua, y los posteriores herederos europeos de su legado, magnificado con los siglos y perfeccionado por otras grandes mentes, enraizó en mis entrañas para nunca salir.